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La senda del perdedor

Salvajemente

Se vino hacia mí y nos abrazamos. Me besó salvajemente, yo traté de devolverle los besos.
--Hostia -dijo-. ¡Creí que nunca te volvería a ver!
--He vuelto.
--¿Has vuelto para quedarte?
--Ésta es mi ciudad.
--Échate hacia atrás -me dijo-, déjame que te vea.
Me eché hacia atrás, sonriendo.
--Estás flaco. Has perdido peso.
--Tú tienes buen aspecto -dije yo-. ¿Estás sola?
--Sí.
--¿No hay nadie?
--Nadie. Ya sabes que no aguanto a la gente...
...Ven a mi habitación -dijo.
La seguí. El cuarto era muy pequeño, pero era acogedor. Podías mirar por la ventana y ver el tráfico, observar los semáforos cambiando de color. Me gustaba el sitio. Ella se tumbó en la cama.
--Vamos, échate conmigo.
--Me da un poco de corte.
--Te quiero, so idiota -dijo-, hemos follado más de ochocientas veces. ¿Te vas a cortar ahora?
Me quité los zapatos y me tumbé. Ella levantó una pierna.
--¿Te gustan mis piernas todavía?
--Coño, sí. Oye...
...te quiero, nena -dije.
--Cabronazo -me dijo ella.
Empezamos el meneo. Estuvo de puta madre. Estuvo de putísima madre.

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