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La senda del perdedor

Así que nos dejas, ¿eh?

--Así que nos dejas, ¿eh?
--Sí, señor, eso parece.
Empezó a mover la cabeza como tenía por costumbre. Nunca he visto a nadie mover tanto la cabeza. Y nunca llegué a saber si lo hacía porque estaba pensando mucho, o porque no era más que un vejete que ya no distinguía el culo de las témporas.
--¿Qué te dijo, muchacho? He sabido que tuvisteis una conversación.
--Sí. Es verdad. Me pasé en su oficina como dos horas, creo.
--Y, ¿qué te dijo?
--Pues eso de que la vida es como una partida y hay que vivirla de acuerdo con las reglas del juego. Estuvo muy bien. Vamos, que no se puso como una fiera ni nada. Sólo me dijo que la vida era una partida y todo eso... Ya sabe.
--La vida es una partida, muchacho. La vida es una partida y hay que vivirla de acuerdo con las reglas del juego.
--Sí, señor. Ya lo sé. Ya lo sé.
De partida un cuerno. Menuda partida. Si te toca del lado de los que cortan el bacalao, desde luego que es una partida, eso lo reconozco. Pero si te toca del otro lado, no veo dónde está la partida. En ninguna parte. Lo que es de partida, nada.
--¿Ha escrito ya a tus padres?
--Me dijo que iba a escribirles.
--¿Te has comunicado ya con ellos?
--No señor, aún no me he comunicado con ellos porque, seguramente, los veré el miércoles por la noche cuando vuelva a casa.
--Y, ¿cómo crees que tomarán la noticia?
--Pues... se enfadarán bastante. Se enfadarán.

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